Lo confieso, nunca me he tomado el tiempo de leer diarios como “
Para ser más sincera aún, no entiendo porque tantas personas son seguidoras de este tipo de periódicos sensacionalistas, sin embargo, ayer conocí la razón…
Al salir del trabajo, pedí un taxi porque estaba muerta y quería llegar a casa lo más pronto posible, tras abrir la puerta del carro amarillo un señor muy amable me recibió con una gran sonrisa, entre mi lugar de destino y la conversación cotidiana el conductor me preguntó si creía en las historias maravillosas, yo conteste que sí, con una sonrisa de regreso.
El señor sorprendido de mi sonrisa, me preguntó por el motivo de la misma, en respuesta yo expuse que mi razón no era otra que me parecía chévere que las personas aún crean en historias ilusorias en un mundo en el que agoniza día a día la fantasía. Tras esta explicación, algo existencial, el conductor comenzó a relatarme una historia de espíritus, fantasmas y creyentes que sucedió, según él y la publicación, en el cruce de la carrera 65 con
Independientemente de mis preferencias por leer Q’hubo o no, si la considero buena o no, en realidad, no tiene importancia. Puedo decir que encontré una justificación a su existencia. Las historias que allí se narran hacen parte de la idiosincrasia colombiana, así como las novelas que siempre cuentan la misma historia con caras, escenarios y vestuarios diferentes. A los colombianos nos gustan las historias fantásticas, sin importar de dónde vengan o qué tan ciertas son, somos una cultura que cada día aguarda por descubrir el misterio macondiano oculto a la vuelta de la esquina.
Y me encanta Colombia porque aún se puede creer en la fantasía, aunque sea barata…
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