Lunes 8 a.m.

Después de soportar el interminable tedio del sol cómplice de los domingos por la tarde, cojo las ganas y las guardo de forma milimétrica una junto a la otra en el morral. Ahí permanecen toda la noche hasta la mañana del lunes. Dejo enterrado el terror que se abre en la madrugada como la puerta de la cárcel que deja libre al criminal y sí, no hay solución, es lunes y las caras afeitadas y los trajes bien puestos son vomitados por la ciudad.

A veces creo que no me gustan los lunes y otras veces creo que me gustan menos cuando son gemelos de los domingos. Es muy difícil que un lunes sea atractivo. Los profesores piden las tareas, las filas de los bancos son interminables, regalan historias felices de domingo en el parque y se exhibe el bronceado particular de la piscina pública. Es importante aclarar que el hongo conseguido no se muestra. Inicia la semana acumulando esperanzas para que llegue el martes. Es verdad, todos los días parecen iguales, pero gracias a Dios y sus benditos domingos el mundo parece que parara y los lunes hay que empujarlo, darle tres vueltas y volver a nacer a la semana hasta la muerte del sábado en la noche.

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